El caballerizo de Astigi
La azarosa vida de dos jóvenes en los convulsos tiempos del ocaso del reino visigodo.
Saber másComprar en AmazonComo la luz del agua
Como la luz del agua es una novela, fresca y sin tapujos, sobre el deseo y la capacidad transformadora del amor.
Saber másComprar en AmazonCachorro:
“—¿De dónde eres? —preguntó por fin.
—Vengo de Astigi, señora —respondió, la vista huidiza entre el suelo y su rostro.
—No me llames así. Aquí la única señora es Benilde —le espetó con autoridad—. Hueles a cerdo.
—Lo sé, señ… —se interrumpió.
—Asella —le corrigió.
—Asella…
—Pase por hoy —le dijo, cogiendo una escudilla y un cucharón, y dirigiéndose a la chimenea—, pero no volverás a comer en esta cocina si apestas de esa manera a pocilga. Siéntate a la mesa.
El chico hizo lo que le indicó, y la mujer le puso un humeante plato de guiso que olía a lentejas y a tocino. Luego le trajo un trozo de pan negro y una cuchara. El joven la miró, como esperando su aprobación para empezar a comer, y después removió el contenido de la escudilla para enfriar la comida mientras Asella lo observaba con interés. Cuando el guiso estuvo a la temperatura en que podía meterse en la boca sin quemarse, el joven comenzó a comer, alternando cada cucharada con un trozo de pan, que a veces echaba en el plato.
—Hueles como un cerdo, pero no comes como ellos… ¿Cómo te llamas?
—Cachorro —respondió, sin levantar la cabeza de la escudilla, esperando lo que vino después.
—Eso no es un nombre.
El chico se encogió de hombros y siguió comiendo…”
Benilde:
“El padre Balduino era un hombre tranquilo, dotado de una paciencia a prueba de terquedades que a veces Benilde conseguía romper con sus atrevimientos. La actitud indómita de la joven contrastaba con la de los novicios del monasterio, aleccionados por la regla y acostumbrados a respetar y a acatar, sin cuestionarlos, la jerarquía de la Iglesia y sus preceptos. La señora era resbaladiza como un pez de río y no mostraba interés alguno en ser enseñada, a pesar de ser la voluntad de su padre; pero evidenciaba una fina inteligencia para el debate que, si no exasperaba al monje, sacaba lo mejor de él. Quizá era este el aspecto que más estimulaba al clérigo, aparte de la motivación interesada propia del monasterio.”
El caballo:
“—Barrabás es un mal nombre para el caballo —musitó el joven, observando el nerviosismo y la inquietud del animal ante la presencia humana.
—Barrabás lo llamamos nosotros. Que no te oigan los señores llamarlo así. El señor Froila cree que será un buen semental, pero no ha habido alma que haya conseguido ponerle unas riendas, y después de lo de Porcio todos le tienen miedo. Porcio era el mejor caballerizo de la hacienda, y este hijo del diablo lo mandó al infierno de un manotazo… Así le parta un rayo”
Don Clodulfo:
“Benilde le hizo una leve reverencia con la cabeza y le señaló gentilmente el interior de la casa. El hombre entró y ella lo siguió con el ceño fruncido. El corto instante que duró el cruce de su mirada con la del comes le había bastado para sacar tres impresiones muy simples, que a la larga se demostrarían veraces: que a pesar de la edad, don Clodulfo aún conservaba su atractivo; que sabía sonreír a una mujer; y que en ningún momento la sonrisa había alcanzado a sus distantes ojos grises.
Desde esa premisa Benilde tuvo la certeza de que aquel hombre no la iba a hacer feliz.”