No conozco canto amable
que haya vertido
su cadencia en mi cintura.
Hablo de ternura
y de mar embravecido entre los dientes,
hordas de gaviotas batiendo el aire
de un beso apenas sugerido.
Hablo de amor sin tristeza
y de un deseo
alimentado de sí mismo.
Porque he sembrado
de rosales un desierto
y he quedado presa en las espinas
y en el sabor ambiguo
de los pétalos.