Artículo publicado originalmente en Huétor-Vega Gráfico.
Desde la infancia siempre oí la palabra forastero en referencia a alguien venido de fuera y siempre, también, con una connotación excluyente y hasta de desconfianza. En Granada capital nunca se nos ocurriría llamar forastero a alguien llegado de Huétor, de Málaga o de cualquier otra localidad española. ¿Por qué en nuestro pueblo hay quien sigue considerando forastero a cualquiera que no haya nacido en el término municipal?
Desde que Huétor Vega era una pequeña alquería tras siete siglos de dominaciónárabe, su población ha ido creciendo conforme a las circunstancias que imperaban en el momento, que en la mayoría de los casos se atenían a los nacimientos de hueteños y a la llegada de algún que otro de esos forasteros. La cercanía y la buena comunicación del municipio con la ciudad de Granada ayudaron sin duda en la elección de nuestro pueblo como lugar de residencia para muchos venidos de fuera.
Así, el primer censo que conocemos de Huétor-Vega lo recoge el Libro de Apeo de nuestro municipio, fechado en 1572. Según reza, había en el pueblo 390 habitantes. En el año 1970 la cifra ascendía 3.708, y si nos vamos a la web del Instituto Nacional de Estadística y consultamos los datos demográficos de Huétor desde el año 1996 hasta 2016, que son los disponibles, veremos que
la población afincada crece de modo sistemático hasta el año 2012 -en que lo hace débilmente, comparado con la tendencia de los anteriores-, y 2013, en que incluso comienza a descender. De hecho, los últimos cuatro años se saldan con un crecimiento negativo de 76 personas, situando la cifra finalmente en 11.777 habitantes en 2016.
No hace falta ser un analista muy avezado para averiguar las causas de los periodos de fuerte crecimiento y caída de la población censada en Huétor Vega. Los primeros se corresponden con el boom inmobiliario, cuya burbuja encontró un caldo de cultivo apropiado en los pueblos del cinturón granadino y, por ende, en el nuestro; y que contó con la connivencia de algunos ayuntamientos, que recaudaban su parte con las licencias urbanísticas y plusvalías (sin entrar en la tajada que se llevaba algún que otro de sus integrantes con la reclasificación de los terrenos, pues no es el objeto de esta editorial). La crisis económica dio al traste con el negocio inmobiliario, o viceversa: el reventón de la burbuja fue una de las causas que la provocaron, y esto tuvo su reflejo en nuestro censo. La caída de la construcción conlleva menos oferta inmobiliaria y menos trabajo relacionado con el sector, que es grande; y esto trae consigo a su vez un menor crecimiento de la población foránea y un aumento de la emigración de la ya afincada a otras zonas económicamente más productivas.
Este estancamiento refleja que quizá hemos llegado a nuestro límite “natural”, por calificarlo de alguna manera, pues seguir con el ritmo de los noventa y primera década del 2000 supondría acabar con el mermado patrimonio de zonas verdes y agrícolas que le queda al municipio, lo cual convierte el receso en una ventaja. Volviendo al inicio de esta editorial, el boom de la construcción mencionado trajo consigo -para desdicha de aquellos hueteños puristas-, amén de la transformación radical de la fisonomía del pueblo, la entrada de miles de forasteros cuya sola presencia suponía una amenaza que podría terminar diluyendo la identidad de Huétor, si es que alguna vez ha existido tal cosa.
Pero no hay más que darse un paseo por el pueblo un uno de noviembre para ver que los disfrazados de zombis o fantasmas no son precisamente americanos, y que esta nueva costumbre no es un impedimento para que las tumbas de nuestros cementerios estén en esas fechas llenas de flores y las pastelerías vendan huesos de santo. Quiero decir con esto que la adopción de costumbres foráneas ni siempre viene de la mano de un extranjero ni implica necesariamente la desaparición de las locales, por mucho que a algunos las primeras puedan chirriarles. En definitiva, lo importante es sumar, no restar; y esto conlleva el preservar nuestras propias tradiciones, sin excluir las que nos vienen de fuera.
Todos aquellos parroquianos que nos sentimos más hueteños que nadie por haber nacido en nuestro término municipal deberíamos recordar que no existen ocho apellidos “hueteros” ni un ADN que nos defina, ni falta que hace; pues, por el propio crecimiento histórico de Huétor, quien más o quien menos tiene algún descendiente venido de otros lares. En definitiva, que en
nuestras raíces todos somos forasteros. Y ni que decir tiene, y es de justicia reconocerlo, que ha habido forasteros que se han implicado, participado y trabajado por Huétor Vega más que muchos de los nacidos en él; por lo que, de nuevo, se trata de sumar, acoger, respetar e involucrar, no de excluir. No podemos olvidar que los forasteros de hoy son y serán los padres de toda
una generación de hueteños del mañana. Por tanto, bienvenidas sean todas aquellas personas que eligieron nuestro pueblo como residencia, y bienvenidas doblemente las que se implican o se han implicado para hacer de Huétor un lugar más amplio, más rico, más diverso y sobre todo -sean autóctonos o forasteros- más integrador.